¿De qué hablamos cuando no hablamos?

 



Hace poco estuve en La Paz y muchas cosas sucedieron durante esos días de visita. Y ahora que es martes y son las siete y media de la tarde y me encuentro ya en la tranquilidad de mi hogar, no dejo de pensar en lo siguiente: ¿cuántos curas más habrán abusado de niños en este país?

¿Qué tiene que ver eso con mi viaje a La Paz? No mucho, pero a la vez, sí.

Resulta que allá conocí a una persona admirable: Es una de las personas que se encarga de llevar adelante el caso jurídico contra los curas pederastas.

Es una mujer fuerte, de convicciones, una madre cariñosa, una pareja comprometida, una profesional de primera. Y recuerdo que, en algún momento, mientras charlaba con ella acerca de un tema sin verdadera importancia, de pronto, por impulso, le pregunté: ¿no te afecta eso de los casos de pederastia?

No recuerdo las palabras exactas con las que me respondió, pero por el tono supe que estaba frente a alguien sensible y a la vez poseedora de la experiencia necesaria para llevar adelante un caso tan indignante como ese. 

Una mañana, mientras desayunábamos, vi en mi teléfono una noticia. Se trataba del arresto de un cura apodado 'Padre Coco'. Estaba escondido en una casa, en Tarija. En las fotos salía enmanillado y rodeado de policías. Su rostro era el típico rostro de un hipócrita. 

Escuchá, le dije a mi amiga y le leí la noticia.

Escuchó y luego dijo algo tipo "son unos cobardes".

Estoica.

Horas más tarde participó de un conversatorio en el que expuso la importancia del 'derecho al tiempo'. Es decir, la importancia de que este tipo de crímenes no prescriba con el paso del tiempo. Así, el abusador no podrá librarse nunca de caer en manos de la justicia.

Qué gran labor la de mi amiga.

Fue muy lindo conocerla. A ella y a su familia.

La noche que llegué a Santa Cruz, el taxi que me llevaba a casa pasó por el monumento al Cristo. A la figura esa con los brazos alzados ni la noté. Pero lo que sí noté fue la absurda construcción tipo Chiquitana a un costado de la avenida, con esa pared disfrazada de dorado y esa cruz cristiana al medio. 

No me dieron arcadas, pero para dramatizar este texto, diré que sí.

Me dieron arcadas.

Y ahora, días después de mi arribo, estoy en casa y acabo de darle play a Spotlight, la película ganadora del Óscar 2015 en la que se narra la historia de un grupo de periodistas de Boston que desenmascara un sistema de protección a curas pedófilos.

Y siento náuseas. 

Sí. Náuseas. Porque se habla del narco, de Barbie, de la novela entre Evo y Perú, e incluso todavía se habla de Camacho.

Pero no escucho a nadie hablar de este tema. En mi casa, en mi calle, en mi barrio, en mi trabajo, en ningún lado.

Náuseas. Porque caí en cuenta que yo tampoco estaba hablando.

Cuando se trata de niños abusados por sacerdotes, ¿por qué callamos?  

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