Mi cuarto

 

Este no es mi cuarto. Es el estudio de E.H. en Cuba. 

Mi cuarto es una habitación en una segunda planta, una habitación que está dentro de  una casa, una casa que se encuentra en mitad de la manzana, una manzana que forma parte de la grilla del barrio, un barrio céntrico, un barrio de ciudad, una ciudad dentro de un departamento, país, continente, mundo, un mundo con miles de millones de personas que seguramente están dentro de un cuarto y que hacen algo, lo que sea, cualquier cosa, pero lo importante es que -como yo- todas esas personas están dentro de un cuarto, un cuarto que no es mi cuarto, porque el mío es un cuarto con una sola ventana, y esa ventana está abierta y si miro hacia afuera veré otra ventana, la ventana de otro cuarto, la ventana del cuarto de la casa del frente, una ventana que -a diferencia de la mía- no está abierta (es decir: está cerrada), y porque esa ventana está cerrada no tengo idea de cómo será el interior de ese otro cuarto, pero sí conozco muy bien el interior de mi cuarto, tanto así que no necesito dejar de escribir para empezar a describir mi cuarto, este cuarto, mi cuarto, que tiene tres muros hechos de ladrillo y cemento, tres muros revocados y pintados de beige, y que además de los muros tiene un ropero de madera oscura, y aunque el ropero está cerrado (ojo: no estoy segura de eso. Supongo que está cerrado, pero no lo aseguro porque no lo veo. Lo imagino. A mis espaldas. Imagino al ropero y sus puertas cerradas y... mejor detengo esto y continúo con el texto)... Y aunque el ropero está cerrado sé que allí dentro hay: camisetas, pantalones, sacos de invierno, chamarras de cuero, zapatos de fiesta, sábanas viejas, calzones, fotografías guardadas dentro de cajas de zapatillas deportivas, folders con documentos que algún día necesitaremos, cadáveres de arañas, lagartijas, moscas, ropa que nadie ya usa, ropa sin aroma a ser humano, ropa sin manchas, sin cuerpo, ropa vacía que cuelga dentro del ropero y ese ropero tiene las puertas cerradas (o al menos eso creo) y yo no miro al ropero porque estoy sentada de espaldas a él, y lo que en realidad miro son mis dedos sobre el teclado de la computadora y mis manos que se mueven y las puntas de mis dedos que tocan las teclas y seguramente todo suena cloc cloc cloc cloc, y digo ‘seguramente’ porque no es el tecleo de las teclas lo que escucho, porque lo que escucho está dentro de mis orejas y lo que escucho llega a mis orejas a través de los audífonos puestos sobre mis orejas, unos audífonos Sony, rojos, enormes, unos audífonos conectados a la computadora y en la computadora tengo varios programas abiertos, Word, Chrome, Excel, Thor, pero la música no se gesta en ninguno de ellos, la música que escucho se gesta en Spotify y es una canción de Frank Zappa, la canción se llama Watermelon in Easter Hay y es una canción instrumental bastante rara, una canción que empieza con un susurro, la voz de Frank Zappa que susurra y dice (en inglés, pero lo traduciré): Este es el escrutador central, Joe se acaba de meter en un frenesí imaginario durante el fade-out de su canción imaginaria. Empieza a sentirse deprimido ahora. Sabe que el final está cerca. Se ha dado cuenta, por fin, que las notas de las guitarras imaginarias y las voces imaginarias solo existen en la mente del imaginador, y ni bien Zappa termina de hablar inicia el solo de guitarra y mientras escucho la música y escribo este texto me pregunto si las palabras de Zappa y las palabras que escribo tienen algo en común y me alucina la posibilidad que haya/descubra/exista un subtexto, pero ahora mismo me digo (y también lo escribo): no Eva Sofía, no lo pienses tanto. ¿Subtexto? ¿Para qué sirve eso? Para la literatura, por supuesto. Pero esto (o sea, este texto que yo escribo y que ahora mismo tú estás leyendo) no es un texto literario, es solo un cúmulo de palabras, ¿y qué son las palabras? Como dice Roy Kendall, las palabras son ‘complicated air flow’, nada más que eso (hagánse un favor, vean Succesion), pero mejor me retiro del desvío y retorno al texto, este texto que escribo dentro de mi cuarto, el cuarto en el que estoy sentada frente a la pantalla, el cuarto en el que escribo mientras suena la guitarra de Frank Zappa, el cuarto en el que distraigo la mirada y veo la hora en la pantalla de la computadora y el reloj me informa que son las 13:02 del miércoles 5 de enero de 2022, y –por lo tanto- es hora de almuerzo, pero yo prefiero no comer porque… eso ya lo expliqué (aquí) y no lo repetiré, lo importante es que no saldré del cuarto, me quedaré, porque este no es cualquier cuarto, este es mi cuarto, el cuarto que habito, el cuarto en el que sobrevivo, respiro, río, lloro, me rasco las axilas, escribo, leo, fumo, pienso, craneo, me preocupo, me lamento, pido auxilio, me divierto, navego por internet, aprendo, olvido, me encierro, durante horas, me encierro, durante el día y la noche, me encierro, a veces con las ventanas abiertas pero de espalda a ellas, a veces con las ventanas y cortinas cerradas y con el aire acondicionado soplando directo a mi cabeza, el aire acondicionado colocado en el cuarto, que es un cuarto que tiene todo lo que no debe tener un cuarto: escritorio, sillón de trabajo, libros, cafetera, etc, etc, etc, un cuarto dentro de una casa que tiene más cuartos, un cuarto que no quiere ser cuarto, que preferiría ser olvido, máquina del tiempo, ojos de ciego, mermelada de durazno, columpio, espejo, un cuarto que en lugar de ser todo eso es navaja, cuchillo, tajo, herida, corte, zumbido, ladrido, dentadura, colmillos, martirio. Puta, la mierda, carajo. No quería escribir martirio. Pensé en esa palabra varias oraciones atrás y me dije: no escribirás martirio porque escribir martirio sería plano, fatuo, melodramático, ridículo. Pero escribí nomás martirio, y lo escribí porque era inevitable, tan inevitable como estar en este momento dentro de este cuarto; escribiendo, fumando, sudando y escuchando a Frank Zappa, su tristísimo solo de guitarra, las notas dentro de mis oídos, atrapadas, congeladas, concretas…, como el cuarto, el cuarto que no es cuarto pero que es el cuarto en el que vivo.

Intenté releer este texto. No lo logré. Me quedé a la mitad. Ups, lo lamento...


Eva Sofía Sánchez Exeni

05 01 2022

Comentarios

  1. Me encanta leerte y me encanta tu nombre Eva Sofía. Un abrazo hasta la ciudad de los anillos, hasta tu cuarto y atravesando tus audífonos rojos.

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  2. Disfruté acompañarte un ratito en tu cabeza.

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  3. Un espiral muy atrapante, tu cuarto. Me extraña que el zapatero no sea mencionado, es tan importante, ese que guarda los zapatos que te pondrás al salir de tu cuarto hacia cualquier lugar.

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    Respuestas
    1. Le comento, estimada Mey, que justamente tenía un zapatero, pero lo doné a una buena causa. :)

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