Pierdo el tiempo
Este es el conejo de Alicia en el país de las maravillas |
Algo se acerca.
Una tormenta.
Y yo la espero.
Y mientras la espero, pierdo el tiempo.
Pienso en la tormenta y pierdo el tiempo.
Y también lo pierdo cuando me concentro en la tensión de mi cuerpo:
mi espalda rígida, mis muslos adoloridos, mi cerebro apretado dentro del cráneo.
Pierdo el tiempo cuando miro mis manos,
y cuando miro la pantalla de mi smartphone y no alcanzo a leer nada, solo hago scroll y las imágenes y las palabras se hacen brumas, ráfagas.
Pierdo el tiempo cuando no duermo y todo lo que pienso durante esas horas -entre la medianoche y las cuatro o cinco de la madrugada- es: no quiero estar despierta, quiero estar durmiendo (sí, yo pienso en gerundios, porque los gerundios controlan gran parte de mis pensamientos).
Luego duermo y pierdo el tiempo.
A veces 3 horas. A veces 4, 5 o 6 horas; durmiendo y perdiendo el tiempo.
Y pierdo el tiempo cuando abro el Word y me preparo para corregir el cuento y comienzo a leerlo y me aturde la tarea, el deber, el compromiso.
El subtexto, el tono, las motivaciones de los personajes, los diálogos y sus palabras reales, la estructura, la trama, el estilo... Ufff...
¡Qué fastidio!
Pero no es fastidio.
Es miedo.
Y por eso:
Pierdo el tiempo si enfrento a la literatura con miedo.
Y luego cierro el Word y me detengo y, durante más segundos, pierdo todavía mas tiempo.
Luego intento con otro cuento, y otro y otro.
Pero no hay remedio.
Y me digo: mejor perder el tiempo en serio.
Con arrogancia, con soberbia,
Como un objetivo, un estilo de vida.
Perder el tiempo con el orgullo de la autodeterminación.
Entonces abro Youtube y empiezo a mirar una infinidad de videos que jamás termino de ver.
Videos de reacciones a canciones;
video-ensayos acerca de las problemáticas del género;
y videos acerca de los secretos del cine: los trucos de los editores, la efectividad de un plano bien pensado, la magia de una buena iluminación, la trampa de la sobre-exposición;
y siempre, siempre, llego a los videos de las charlas magistrales que Ricardo Piglia dio acerca de la obra de Borges, hace años.
Y yo, que en el pasado fui capaz de ver cada una de las cuatro charlas de Piglia, back to back durante cinco horas; ahora no soy capaz de aguantar ni siquiera dos minutos.
Entonces, doy pausa al video.
Y otra vez:
perdí mi tiempo.
Y lo pierdo también al ver, durante horas y como una tonta, ese vendaval de imágenes que me muestra Pinterest.
Y yo feliz, meta a darle corazoncitos a los vestidos, los tacones, las blusas, los sombreros, pantalones...
Organizaditos en Tableros, mis adorados e inútiles Pins.
Y pierdo el tiempo al no concluir con mis lecturas, y al adelantar las series y películas de Netflix, y permitir que mi vello corporal, poco a poco, empiece a renacer.
Pierdo el tiempo al bostezar.
Es domingo y solo quiero descansar.
Para no perder el tiempo, descansar.
Para no pensar en exceso, descansar.
Para a la mañana siguiente: por fin despertar.
E iniciar una nueva jornada.
La ilusión de una posibilidad.
Una oportunidad más,
para perder aún más tiempo,
y no avanzar...
Con la esperanza de que una repentina tormenta eléctrica llegue a la ciudad
y durante una de mis usuales caminatas diarias
esa tormenta me moje entera.
Y como acto final,
lance un rayo que impacte en el centro de mi cerebro.
Y convierta mi cuerpo en un polvo de estrellas,
para que así yo pueda alcanzar la libertad.
La libertad total
para perder el tiempo,
sin culpa,
por la eternidad.
Cosas simples que se escriben un domingo de pereza, nada más.
Eva Sofía Sánchez Exeni 16 01 22
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